Recuerdo que aquel año Moni Revuelta subió una montaña con vistas al mar porque quería creer, y brindar por ello con el universo alrededor. Recuerdo que Humo no le quitaba ojo de encima, el gesto expectante, preparado para seguirla hasta los confines del mundo con razón o sin ella. Pedro y Nácar estarían también en la partida, seguro.
«Ahora ha culminado el viaje al país de las hadas, el libro está hecho y me bastará concluir este prefacio para salirme de él: ¿lograré poner los pies sobre la tierra? Durante dos años viví en medio de bosques y palacios encantados, con el problema de cómo ver mejor el rostro de la bella desconocida que se tiende cada noche junto al caballero o con la incertidumbre de usar el manto que confiere la invisibilidad o la patita de hormiga, la pluma de águila y la uña de león que sirven para transformarse en dichos animales. […] Ahora que el libro está concluido, puedo decir que no se trataba de una alucinación, de una suerte de enfermedad profesional. Se trataba, más bien, de algo que ya sabía en el instante de la partida, ese algo al que anteriormente aludí, la única convicción propia que me había impulsado a emprender el viaje; y lo que creo es esto: los cuentos de hadas son verdaderos.» Italo Calvino – Cuentos Populares Italianos (Introducción)