Bajo banderas

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«—Esos hombres que habéis traído, ¿qué calidad decís que tienen?
—Bien entrenados, bien equipados y todos ellos devotos de Cristo —contestó Le Mas—. Le exprimí doscientos voluntarios al gobernador Toledo, bajo amenaza de quemar sus galeras. Los demás fueron reclutados en nuestro nombre por el alemán.
La Valette arqueó una ceja.
—Mattias Tannhäuser —dijo Le Mas.
—El primero en advertirnos de los planes de Suleimán —añadió Starkey.

As de Espadas

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“ —En realidad es usted un individuo intratable —dijo el teniente D’Hubert, que comenzaba a exasperarse—. Las órdenes que el general me dio fueron de arrestarlo y no de trincharlo en lonjas, ¡Hasta luego!

Y volviendo la espalda al pequeño gascón que, siempre sobrio en la bebida, parecía haber nacido ebrio por el sol de su tierra de viñas, el nórdico, que en algunas ocasiones era buen bebedor, pero poseía el temperamento sereno que abunda bajo los lluviosos cielos de Picardía, se dirigió hacia la puerta. Pero al escuchar el inconfundible chirrido de una espada al ser desenvainada, no le quedó más remedio que detenerse.»¡Que el diablo se lleve a este loco meridional!”, pensó, dándose vuelta y observando con frialdad la agresiva actitud del teniente Feraud, con una espada desnuda en la mano.

—¡Ahora! ¡Ahora! —tartamudeaba éste, fuera de sí.
—Ya le di mi respuesta -dijo el otro, con admirable dominio.
Al principio, D’Hubert sólo se había sentido molesto y un tanto divertido; pero ya comenzaba su rostro a nublarse. Se preguntaba seriamente qué podría hacer para salir del paso. Era imposible huir de un hombre armado, y, en cuanto a batirse con él, le parecía perfectamente absurdo. Aguardó un momento y luego dijo exactamente lo que pensaba:

—¡Dejemos esto! No voy a batirme con usted. No quiero ponerme en ridículo.
—¡Ah! ¿No quiere? —silbó el gascón—. Supongo que preferirá usted que se le deshonre. ¿Oye lo que le digo?… ¡Que se le deshonre!… ¡Infame! ¡Infame! -gritaba, empinándose, y con el rostro congestionado”
Joseph ConradEl duelo

Armadura Gran Maestre

“Iñigo avanzó corriendo y se plantó delante del caballo del noble, impidiéndole el paso. Con ambas manos levantó la espada con empuñadura para seis dedos y gritó:

—Yo, Iñigo Montoya, os reto a luchar a vos, cobarde, cerdo, asesino, infeliz.
—Quitadle de mi camino. Apartad al niño.
—El niño tiene diez años y se queda —repuso Iñigo.
—Por hoy ya han muerto bastantes miembros de tu familia, conténtate —le dijo el noble.
—Cuando me supliquéis por vuestra vida, entonces me sentiré contento. ¡Desmontad!

El noble desmontó de su caballo.

—Desenvainad vuestra espada.

El noble desenvainó su arma asesina.

—Dedico vuestra muerte a mi padre —dijo Iñigo—. Comenzad.

Comenzaron.

No fue una lucha pareja, por supuesto, Iñigo quedó desarmado en menos de un minuto. Pero durante los primeros quince segundos más o menos, el noble experimentó una cierta inquietud. Durante aquellos quince segundos, unos extraños pensamientos cruzaron por su mente. Porque, aunque tenía diez años, el genio de Iñigo estaba allí.

Una vez desarmado, Iñigo permaneció muy erguido. No dijo ni una sola palabra; no suplicó”
William GoldmanLa Princesa Prometida

“No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. Se llamaba Diego Alatriste y Tenorio, y había luchado como soldado de los tercios viejos en las guerras de Flandes”
Arturo y Carlota Pérez-ReverteEl Capitán Alatriste