El Hombre Pez

Relatos Propios

Me dijeron que Francisco se volvió a la mar. Que alguien lo vio echarse al agua y nadar río abajo sin mirar atrás, como la otra vez, hace casi diez años ya. Que María, su madre, salió a buscarle por el pueblo al ver que no regresaba con la anochecida, que lo llamó a voces y a silbidos hasta que le dijeron de su salto al río. Bajó hasta las peñas donde su hijo solía sentarse a mirar las aguas, indiferente ante el tiempo y ante los hombres, pensando dios sabe qué. María sintió que nunca volvería a verlo.

De Viaje

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Cuando se me agotó también el depósito de reserva y el motor se atascó y se detuvo, adiviné que debía estar a unos quince o veinte kilómetros de Gaya. La idea se me antojaba desagradable. Tal vez significara que tendría que pasar la noche allí y en algún lugar había leído que Gaya era la ciudad más sucia de la India.

Música de las Sirenas

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Robert Plant: Song to the Siren (versión del original de Tim Buckley)

 

«Antiguamente, los filósofos temían a los sentidos; ¿no habremos olvidado demasiado ese temor? Hoy todos los filósofos, tanto los actuales como los futuros, somos sensualistas, y no en cuanto a la teoría, sino en la práctica. Aquéllos, por el contrario, estimaban que los sentidos corrían el riesgo de atraerlos fuera de su mundo, del frío reino de las «ideas», y de llevarlos a una isla peligrosa y más meridional donde temían que se les derritieran sus virtudes de filósofos igual que la nieve se derrite al sol. El requisito para filosofar antes era ponerse cera en los oídos, un verdadero filósofo no tenía entonces oídos para la vida; como la vida es música, negaba la música de la vida — considerar que toda música es Música de Sirenas constituye una superstición muy antigua del filósofo»
F. Nietzsche – La Gaya Ciencia

36 horas en el Reino

Viajes

Que a todas las ciudades se llega desde las afueras es una verdad tan perogrullesca que hasta da un poco de vergüenza empezar así una entrada. Años atrás, las afueras eran los arrabales, territorio para las casas de lenocinio y los lavaderos junto al río. Hoy son polígonos y centros comerciales: no han perdido atractivo para los ciudadanos de bien.

«La mención de Pamplona removió algo dentro de su cuerpo cuya naturaleza no consiguió identificar en ese instante. Aquella mañana, Rebeca Turumbay se levantó con la incómoda sensación de que no iba a ser un gran día. Un lunes plomizo la recibió al salir a la calle y enseguida comenzó a caer una fina lluvia que, según la previsión meteorológica, los acompañaría tímida pero constantemente durante varias jornadas.»
Estela ChocarroNadie ha muerto en la catedral