El bosque surgió de la nada en el centro de la llanura. El hombre con las lentes oscuras se detuvo frente a él. Los árboles se apretaban uno contra otro como un pelotón de lanceros a la espera de una carga de caballería; incluso los espinos que a duras penas asomaban entre la espesura tenían aspecto de armas escondidas, listas para el ataque sin cuartel. Todo era rechazo. El hombre se secó el sudor con la manga de la gabardina. El sol estaba en lo más alto del cielo. No proyectaba ninguna sombra.
El hombre caminó durante varias horas más hacia lo que pensaba que era el norte. El bosque siempre a su izquierda, sin mostrar resquicio. Seguía siendo mediodía.
Al fin el cansancio detuvo sus pasos. Suspiró. Miró de reojo al bosque. Se acuclilló frente a él. Sintió como algo, lo que fuera, le devolvía la mirada. Suspiró, más profundo. Se descalzó. Se quitó las lentes oscuras. Se quitó la gabardina. Ocultó la cabeza bajo ella. Se acostó. Durmió. Seguía siendo mediodía.
El niño sacó la cabeza de bajo la gabardina, los ojos aún cargados de sueño y el pelo enzarzado como una mata de frambuesas. Se desperezó y miró alrededor. La luna llena iniciaba su recorrido por un firmamento cuajado de estrellas. Frente a él un sendero de tréboles se internaba en el bosque. El canto de un cárabo se alzó entre el murmullo de la brisa en las hojas. Aquí y allí revoloteaban las luciérnagas y la luz de la luna se disolvía en arabescos sobre los árboles. El niño abandonó la gabardina y entró descalzo en el bosque.
El sendero discurría en suaves curvas, flanqueado por robles señoriales, solemnes como una escolta de honor que presenta armas a su soberano, mientras junto a sus raíces florecían prímulas violetas y blancas orquídeas, castañuelas y campanillas, ajos de cigüeña y zapatitos de la reina. El niño vadeó un pequeño arroyo y se encontró con un tramo más recto, cuyo final se abría a un claro. Todas las luciérnagas se dirigieron hacia allí y el niño las siguió.
Al avanzar fue distinguiendo más detalles del claro. En su centro se erguía un tejo tan sabio y viejo como el propio mundo y bajo la sombra de sus ramas, cerca del tronco, bailaba un fuego fatuo; aunque quizás fuese en realidad una pequeña fogata escamoteada tras sombras más profundas. Sin saber porqué el niño tuvo ganas de reír.
Al llegar al claro las luciérnagas rompieron su formación y volaron bajo los árboles de alrededor creando un carrusel de lucecillas parpadeantes. Sobre el pasto remolineaba una neblina de algodón y seda como el vapor que brota en los pucheros de las madres cuando cocinan para la fiesta. Cerca de la hoguera – pues al final de eso se trataba – el niño descubrió un pequeño grupo de piedras cubiertas de musgo cuya posición de ningún modo parecía casual, aunque la razón del diseño se hubiese olvidado largo tiempo atrás. Sobre ellas se apilaba un cabás desgastado por el uso, una levita primorosamente doblada y unos guantes de cabritilla.
De entre las sombras que las danzarinas llamas proyectaban sobre la marmórea piel del tejo se irguió una figura alta y difusa como la llamada de una montaña en el límite del horizonte.
“Has llegado” – dijo – “Sabía que encontrarías el camino”
Su acento evocaba lejanía.
Pd. Las imágenes utilizadas en esta entrada están inspiradas en el manga (y anime) «Mushishi«, creado por Yuki Urushibara y que les recomiendo con toda sinceridad. Han sido obtenidas en la web Konachan.
Genial!
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¡Gracias!
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El protagonista se pasó la vida oyendo cuentos, cuentos que no le convencieron. Veía el bosque pero le bordeaba sin llegar a ninguna parte. Solo cuando se durmió, su espiritu de niño se atrevió a entrar en él. En el bosque estan las hadas, los elfos y, todos esos seres que viven en el mundo de las ilusiones, eso que perdemos cuando nos hacemos mayores.
Hay demasiados caminos que nos alejan de los bosques, porque perdemos el corazón de los niños…
Así lo veo yo.
Las imágenes son geniales.
Abrazos.
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¡Me gusta tu lectura, Inés!
Gracias. Un abrazo
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Como no me gustan los bosques ni los árboles, he entrado de lleno, sin pensarlo y me he visto rodeado de todos esos seres de fantasía y sueños.
Si todos encontraramos algún día ese camino…
Me desharía en elogios con el relato y las fotos pero solo se me ocurre enviarte un abrazo.
Ah!, y al Facebook vas.
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Un abrazo muy bienvenido, Tejón. Otro para allá.
Gracias – quizás sepamos algo más de este bosque…
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Pues igual me interesa 😉
¿Dónde estaba yo que me perdí esta maravilla? Menos mal que me iluminaron las luciérnagas. Un beso
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¡Me alegra un montón tu llegada, Adra! Por aquí ando, llevándole una vez más la contraria a Sabina. Buscando caminos nuevos en los mapas viejos.
Un abrazo
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Sólo siendo como niños podremos entrar en el bosque siguiendo la luz de las luciérnagas y quizás llegar a desentrañar sus secretos y conocer sus lugares más recónditos.
Precioso el relato. Un tesoro que ha visto la luz.
Un abrazo.
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Gracias, Valverde. La idea es conocer un poco más de este bosque ¡a ver si los hados son propicios, jejeje!
Un abrazo
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Ojalá todos despertaramos así de un sueño y las luciernagas nos guiaran a este bosque encantado 😉
Precioso!!
Buen fin de semana.
Un beso.
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Las fotos un lujazo!!
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🙂 Son dibujos (no míos, claro) De un cómic japones, también serie de animación. Quizás te de pereza, pero es una serie muy interesante que se puede ver on line: http://goo.gl/i63gBI
Gracias, Laura. Un abrazo
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Muy enigmático, primero el hombre, luego el niño, o es al revés, los árboles, los espinos, difíciles de sortear, como la vida, y al fin del camino…¡Ah, no! ¡Que es un cuento! ¿O no?
Me ha gustado mucho.
Un abrazo.
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Sí, un cuento. Sólo un cuento, con varias lecturas 🙂 Todas son válidas.
Gracias, dlt. Un abrazo
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